En el marco de la crisis sanitaria y económica desatada por la pandemia de la COVID-19, he identificado en diversas columnas de opinión, nacionales e internacionales, la alusión a una película ya clásica del director Steven Spielberg: tiburón. El recurso a ésta película suele estar relacionado con la prelación de la economía sobre la amenaza, ésta más visible que la COVID-19, en las playas de la isla de Amity.
Como es constatado y vivido por los familiares de las víctimas directas del nefasto tiburón, lo verdaderamente horrorífico no lo era tanto el animal, sino el peso del *dolar* en la toma de decisiones de la administración local, para la cual, la clausura de las playas en temporada de verano resultaba inimaginable, en razón a que basaban su economía en el turismo y aquellas eran su mayor atractivo.
En un sentido figurado aproximado, llevado eso sí, a un plano más amplio, como ya lo han señalado los académicos Frederic Jameson y Slavoj Zizek, resulta habitual, tanto en la literatura como en el cine, que nos resulte más fácil somo sociedades globalizadas imaginar el fin del mundo, por motivos más inverosímiles: aliens, asteroides, zombies, virus, que el fin del capitalismo.
Esta lógica que hace todo lo posible por proteger el capitalismo, hasta deponer la vida misma, constituye el verdadero horror desatado por la pandemia. Es el capitalismo y su expresión neoliberal que superpone el mercado a la defensa de la vida y descarga en el individuo toda la responsabilidad lo verdaderamente horrorífico.
Este horror, casi tan imperceptible como el virus, en tanto ha moldeado nuestro *sentido común* producto de más de tres décadas de destrucción de lo público y con ello de la noción de comunidad y solidaridad, es el que pese a los cientos de muertos y miles de contagios a diario, y pese a la ausencia de una infraestructura hospitalaria capaz de soportar la demanda de enfermos existente y eventual, nos invita a considerar la cuarentena como un castigo mientras arroja a las calles a las familias precarizadas que viven del rebusque, al tiempo que la propaganda busca instalar el mensaje de que cada uno de nosotros y nosotras somos, individualmente, los máximos responsables o no de un eventual contagio.
Un Estado en bancarrota como el colombiano, plagado de corrupción, incapaz de atender de manera integral la crisis sanitaria y económica agudizada por la pandemia y que delega en sus asociados, pese a que estos no cuentan con ingresos ni la esperanza de contar de una cama en los hospitales ante un eventual contagio, representa los horrores a los que estamos expuestos el 99% de los que habitamos Colombia.
Así, el verdadero horror de esta pandemia no es la COVID-19 en sí, sino el vernos ante el espejo como la sociedad que ha moldeado el capitalismo en su expresión neoliberal, como ya se dijo, por más de tres décadas. Una sociedad del sálvese quien pueda y como pueda, mientras que el Estado, capturado por las minorías se postra para salvarlas.
Pd. Mucho ojo con el sentido que adquiere la renta básica en esta coyuntura. De ser solamente temporal, constituye el mejor salvavidas al capitalismo. De ser permanente, alberga una potencia transformadora.
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